jueves, 14 de octubre de 2010

¡Rosa eres tú!.


Amen siempre a su grácil rosa.

Como existen caballeros que en la vida desconfían de su amada;
¡qué dolor!, ¡qué aflicción se siente en las venas!
cuando pasa eso. Muy pocos existen de un corazón
innato al verdadero querer.

Como rosas que son las damas,
jamás les arrancaría un pétalo de rosa
para que no sean marchitadas;
siempre fueran rosas colmadas
de mi pleno amor venerado
y sin compungirle su corazón
vulnerable; como lo es su endeble raíz,
y como la médula de la vida durante su vivir.
Y todo es realmente consternado
si hieren a su dama que muy poco han amado;
porque ellas se sentirán como si fuera invierno,
donde nada en lo absoluto es tierno,
solo es un frío, donde reciben sombrío
ante su querida piel, y nada dulce como la miel,
y sus pétalos muertos buscaran el renacer de un nuevo querer
inmenso; y bondadoso donde sea su eterno ser.
Por esa razón confiemos, no las engañemos, no las abandonemos,
como si fuera una fruta podrida,
porque se sentirán sin vida,
y lloriquearan durante la vidorria.

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