jueves, 16 de febrero de 2012

La guerra en un pianista Polaco.

En aquellos tiempos de la guerra
no había paz en la humanidad,
todo era miedo y tormenta
como en los felones de maldad,
querían tener más tierra
y destrozar a los judíos su dignidad,
para los polacos era una condena
esperando su libertad,
los alemanes mataban sin tristeza
como animales sin piedad,
gozaban de su poderío
con repleta amenidad,
hacían tantos ludibrios
como a los ancianos de verdad,
eran ante ellos mezquinos
que asesinaban con su rifle,
eran unos soldados malditos
que se sentían invencibles,
creían que era su destino
sin saber que iban a entonar los violines.
Por la libertad de los Rusos
que llegaron solo ganando,
liberando al fortunio
como de los polacos congojados.
Destrozando a sus tanques,
venciendo en lo honorado,
aunque haya habido sangre,
serán honorables soldados,
luchar por una patria grande
por los corazones de Polonia,
luchar y dar hasta la carne
por esa patria de gloria.
En ruina quedó su país,
no había ya nada feliz,
se lo buscaron por viles,
ahora solo hay cicatrices.

En el corazón de Polonia
un piano suena con un nocturno,
por el ambiente que se vivió de memoria,
como el nocturno número veinte de lo oscuro,
del compositor Chopeen de esa obra
que desprende lo arduo,
por ser los rocíos de la zozobra
que cayeron de los óculos,
como mustia rosa
en ese país de lo rudo,
pero ese piano suena
para mostrar el ambiente que vive,
por ser una tragedia
ese pasado triste,
donde mandaba la grandeza
para humillar a los sensibles,
pero murieron las penas
y florecieron jazmines,
se desataron las cadenas
y cantaron violines,
y ese nocturno de conciencia suena
por saber lo que existe,
como en aquel ayer de querella
a seres infelices.
Y se toca de una manera
tan dulce y delicada,
para no destrozar la fonética
que recita en tristes palabras,
viven con almas tranquilas,
ni se ven más favilas
nadie viene a bombardear,
ni en balas a nadie aniquilan,
si no es en el año mil novecientos cuarenta y cinco de paz;
que viven de una nueva vida,
donde estuvo un joven Polaco,
llamándose Wladyslaw Szpilman,
y que tocaba el piano
en esos tiempos de armonía,
que sobrevivió en esa historia del año,
en miedo y en melancolía,
donde esa guerra hirió a su sueño anhelado
de querer ser un pianista,
porque no sabía si iba a vivir a la soñado,
de querer tocar en alegría
y no fenecer en ese tártaro,
tenía mucho miedo en esa elegía
de no saber si iba a seguir tocando con sus manos,
como obras de Chopeen de melodía
en tdo ese dócil piano.
En esa historia toca la ballade veintitrés,
en un sitio ante un noble soldado
que lo ayudó con comida y te,
no lo mató por milagro,
era bueno con él,
que Szpilman toca con tal amor destrozado,
por todo lo que había pasado en su ser,
que volvía a nacer en el murmullo sacro,
de las voces de esa obra de lo hiel,
que fue como un concierto de piano,
como para él tocar de querer,
dejando atrás el olvido amargo,
y viviendo el sonar del llover,
como en notas de lo agitado
en ese piano de dulce tañer,
sintiendo su mundo soñado,
ahí de esperanza y de fe,
y se siente que ama al seno arrullado,
del piano sin ya entristecer.
El soldado lo miraba como tocaba,
sintiendo esa música mágica,
la cual era tan trágica,
por lo que se vivía en esa penuria,
como de la guerra llorada
en corazones de locura.
Termina esa inmensa balada,
y lo mantiene vivo hasta su fuga,
le da un abrigo el alemán
para el frío que hacía,
y le trajo el último pan
y se pierde de su vista.
Pasaron semanas y vino la paz,
el soldado sabía el apellido del pianista,
Szpilman ve tropas con banderas polacas,
salió con gran alegría,
y vieron que tenía un abrigo que enojaba,
y era un traje alemán lo que tenía
y tiraron tiros con rabia,
y gritó:” Soy polaco no me maten”,
dejaron de disparar,
“Y porque tienes ese maldito traje”,
“porque tengo frío”.
Los alemanes habían perdido,
y era la paz en el destino,
los polacos pasaban por un campo o herbaje
e insultando, y un hombre con ludibrio
a esos presos que estaban sin lo honorable
diciendo:”Le quitaron a un músico su violín y alma,
mírense ahora como están malditos,
que van hacer ahora en sus mañanas,
será que sufrirán sin lo bendito”.
Un soldado se levantó y le dijo,
“Tú conoces a Szpilman,
yo le ayudé con comida y abrigo”,
“si él es pianista”
“dile que me ayude a salir de aquí te lo pido”,
“¿cuál es tu nombre?”.
El alemán le dijo,
pero no escuchó bien el hombre,
y así se queda solo en la mazmorra y quizá abatido.

Wladyslaw Szpilman vuelve a la radio de la música,
y toca el nocturno veinte de amorío,
un amigo lo ve que toca de dulzura,
y Szpilman sonríe entre los sonidos,
de alegría por amar a su ternura,
que le hace feliz a su corazón de cariño.
El amigo lo llevó al campo donde estaba el alemán,
le dice:”esto fue horrible,
yo los insulté con tanta maldad,
y uno se me acercó con ojos sufribles,
que si te conocía en la vida real,
al final le pregunté su nombre sin entender en verdad”.
Szpilman:”Que mal le hubiese podido ayudar”.
Tenía ojos luctuosos,
porque sabía que todo podía mal terminar,
era su amigo alemán del hoyo
quien le dejó vivir con libertad,
un amigo así no hay en lo formidoloso
quien dé a un alma la posible felicidad.
Va a un concierto melodioso
y toca la polonesa brillante de la obra veintitrés;
empiezan chelos y violines amorosos
en ese ambiente de tranquilidad,
y toca Szpilman el piano glorioso
sintiendo en esa pieza la paz,
una polonesa de un país victorioso
que es todo ese sonar,
así de la guerra a lo milagroso
de por fin a eso acariciar,
con sus manos de holgorio
que tocan a ese soñar,
y que ama en su seno fogoso
sin decir adiós a su felicidad,
que creció la naturaleza y los tonos
en el país sin lo infernal,
y esa obra renace en lo grandioso
a la patria en sonadas del cantar,
que es tan poético eso armonioso
que entona sin poder callar,
que somos el espíritu luminoso
que alumbrará como una huella eternal,
que será una memoria de dolor,
una historia de muertes,
donde hubo una guerra sin compasión,
sin piedad entre los seres,
pero que al final floreció
y se recuerda con victoria que no fenece,
y porque tocas el piano con la pasión
en esa obra que vence,
como al infierno de humor
y en alegría del cielo llueve,
en esa polonesa del amor
que toca Szpilman y que quiere,
por ser el sentimiento de su corazón
que habla de lo que siente.
Su amigo el soldado sucumbió,
y en esa prisión de delincuentes,
fue lo que se buscó,
quizás no por inocente,
ya Dios obrará por su corazón
para ver si lo salva plenamente,
mientras que Szpilman seguro está con Dios,
y seguro está con el alemán amigablemente,
abrazándose Szpilman con gratitud
al alemán y en perdón,
por no haber podido ir a esa luz,
y sacarlo de esa prisión,
pero deben de ser beatitud
como la polonesa de pasión,
viviendo en ese paraíso.
“¡Cómo quiero llegar yo
ahí con mis anhelos sumisos,
y dormir en esa eterna ilusión
que es esa mujer y mis poéticos libros,
mi música en huella como el mismo autor de Ismael Castellón;
y que no se envejezca por lo bendito,
y sigan esas poesías de mi noble corazón
en la vida hasta el edén de amorío,
sin fallecer mi eterna definición
que recita en la vida de lo más bonito,
y que llegue allá por favor
con esa mujer que tanto en amor suplico”.

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