sábado, 25 de febrero de 2012

El amor de un violinista ante una pianista.



El amor de un violinista ante una pianista.

Claude Achille Debussy existió en el temple mundo,
y sin saber se enamoró de ese fortunio,
era tan solo que un compositor francés
y sin darse cuenta en la ternura pobló su ser,
nada más que en el siglo diecinueve y veinte,
del año mil ochocientos sesenta y dos,
que componía durante su vida alegremente
hasta que sucumbe en Francia el compositor.
Compuso en aquellos tiempos de su vida,
un sumiso claro de luna;
el que despertaba en su alma esas cantigas
que son versos en su música,
y que está en el ambiente de la lira
que absorbéis vosotros de su aventura,
y que lo toca Merinos Arias Gilka,
y su prometido Leansi Jarol en un violín de locura,
viviendo así su alegría,
que solo viaja en las ligaduras,
así como del piano de melodías,
de esos acordes que triunfan,
en el fondo de ellos de armonías,
y aquella cortesana sin tumba,
donde solo en ese sonido vivían
y entre miradas os mirabais sin injuria,
era un amor que era más que poesía
donde tocabais juntos con ternura,
os besabais en el piano llenos de vida
por amarse en su romance de dulzura.
Estabais siempre juntos agarrados de las manos;
os acariciabais cuando tocabais,
como el claro de luna en el piano
entre la noche entera de su idilio que amabais,
erais vosotros aquellos compositores mágicos
que queríais a ese idilio en el que os romanceabais,
no coexistía nada trágico
porque en el amor siempre os abrazabais,
ni siquiera se veía entre sus cantos un tártaro
sino una lluvia de millones de cantos,
flores al escucharos cantaban,
había hasta vela en su piano,
había belleza en aquella cortesana,
belleza hacia el amor puro y apasionado,
la obra de claro de luna aún sigue en almas
en esos acordes y melodías cantando,
los ama Debussy en su tumba de Passy,
por saber que vosotros tocáis enamorados,
y que son en la tierra el mundo dandi
que dan asombros en lo honorado,
así como lo era Antonio Vivaldi.
A Debussy le gusta que améis a su canto
para así sentir que aún vive con perfume del jaborandi,
vestida Merinos Arias de un atuendo dorado
qué maravilla a los ojos de su violinista,
su cabello fusco como el espacio
que mira él a ella como su cortesana pianista,
tiene un cabello tan adorado
que el al tener el violín siente su perfume amado,
viven de lo feliz que gustan hacer,
entre tardes tocando,
entre su risueño querer
que solo canta poesía de lo arrullado.
Pero toda esa pasión que os teníais,
ese vasto e inolvidable amor,
y que en el fondo vos siempre amaríais,
tan solo en una enfermedad todo feneció,
aquella dama se convirtió en elegía,
tan solo que para él,
su pasado en su memoria quedó fenecida
en los recuerdos de aquella mujer,
no os abrazabais los dos más,
él no soportó y salió de esa vida,
aunque doliéndole como un puñal,
iba corriendo de su corazón que quería,
mientras corría lloraba,
no soportaba que su amada fuera trueno,
quizá un anatema de su alma,
no entendía el porqué de su amor eterno.
Mientras tenía toda esa congoja desesperada
sonaba en el fondo un piano de Franz Liszt,
la consolation número tres en re bemol mayor,
sonaba y su mundo al correr era gris,
se volvía su alma un poema de dolor,
no imaginó que su amada iba ser sufrir
solo pensaba que su amar iba ser amor,
su tristeza duró mucho hasta que fue cicatriz,
el alma de su piano fue resquemor,
aún ese anatema no se aparta de su vivir,
y no supo más en donde quedó su flor,
no la vio más en su existir
solo sabe que en su corazón la amó,
se perdió esa unión y eso que andaban juntos,
tanto cambió esa enfermedad a su cortesana,
que no lo creía en su mundo
porqué él si la amaba tanto en alma,
porqué si tenía ya el fortunio,
no pudo atacar esa enfermedad vesánica
a otra mujer en vez que a su ser jocundo,
para dejarlo ahora solo en la vida disipada
viviendo nada más que el inframundo,
pudo ser a otra pero no lo fue,
ahora solo toca el piano solo,
todo le parece en las notas fenecer
y cantan lágrimas del piano luctuoso,
insistiendo porqué él
y no otro amor del mundo loco,
compone muchas obras Leansi,
amando en lo lúgubre lo amoroso,
recordando quizás a su cortesana dandi
cuando la amaba en su corazón fogoso,
o cuando le hacía el amor este Don Giovanni
que era solo de su ser el poético sonoro,
que se vestía como un pianista dandi
así como del siglo dieciocho,
que gustaba tanto a ella ver a su enamorado
que hasta se exaltaba de su ser adorado.
Lloraba aquel hombre musicastro,
una noche solo en su dormitorio,
viendo las flores que hace mucho cantaron,
viviendo quizá un poco del holgorio,
pero en realidad tan solo que llorando,
no soportaba la depresión,
que fue al piano y tocó de amor,
se olvidó que se había perdido o muerto
y empezó a crear obras con su recuerdo,
ya nada de una vida triste
decidió que en la otra vida volvería a verla,
y ahí entregarle esas obras felices
y así de las tristes ya no estuviera,
seguro allá en el cielo habrían violines
y cantaran a su relación no funesta,
su memoria volvería sin cicatrices
y vivirían del amor que floreciera,
así fuese su existir,
así fuese su inmensa alegría,
así nada fuera sucumbir
y de gozo te llenarías,
fueras tan feliz
que en el beso de una nota fuera vida.
Así vivió aquel hombre,
hasta que feneció,
y llegó a ese horizonte
y a su amor tan solo vio,
se abrazaron en ese sacro monte
e hicieron el amor,
tocaron música de tanta emociones
que estaba bien ella en su corazón,
sonreían junto a esos acordes
que sonaban del piano de pasión,
y él tocaba el violín de fervores
que miraba a su amada de ilusión,
tocando la campanela del estudio número tres,
que sonaba en el violín y piano de amor,
que era de Franz Liszt de tanta fe
que en su mundo del paraíso vivían de lo mejor,
así sonó tanto que su amor dio florecer
y su mundo angelical tan solo de amor creció,
del fortunio vivieron en el desdén
y durmieron tocando esa obra de consolación.

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